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Palabras de Rodolfo Martínez Sotomayor la noche de presentación

He de parafrasear a Stefan Zweig y preguntarme: Denis Fortún ¿Dónde escuché tu nombre por primera vez?

He de hacer un recorrido a la inversa en el tiempo, casi diez años atrás y sentarnos otra vez en la sala de aquella casa de la 34 avenida del South West. Llega hasta allí un olor a chorizo frito en el sartén, Eva sólo escucha y permanece reacia a dar a conocer sus escritos. Armando de Armas amenaza con leernos otro cuento, yo le digo que le voy a leer uno mío en venganza, mientras Daymí o Mimí, sale de la cocina con los entremeses y dice que nuestros cuentos, sobrios, no hay quien se los espante. De común acuerdo descorchamos otra botella.

Pasan los minutos, las horas, Eva mira el reloj y comenta que ya es tarde y salimos al portal para la despedida. Una música estridente nos hace a los cuatro mirar hacia la calle. Vemos a dos muchachas con sayas muy cortas que danzan un Reggaeton mientras caminan. La música sale de un auto y las adolescentes la siguen con incesante movimiento de caderas. Armando dice que se trata de dos piadosas monjas que buscan su convento, yo digo que está equivocado que ensayan cantos gregorianos y son de la orden de Nuestra Señora del Perpetuo Movimiento. Mimí ríe y es en ese preciso instante que escucho su nombre por primera vez: Él es como Denis, Mandy.
__¿Con qué borracho de cabaret me comparan? -pregunto.
__¡No, no, si él es de lo más simpático -afirma Mimí.
__Ese era mi Ecobio en Cuba, siempre estaba bromeando como tú -dice Armando, y consume la última copa de la noche.

Un año después volví a saber de él por la contestadora de mi teléfono. Era la voz de Armando, diciéndome que ya tenía el vino, que si acaso llevara unos choricitos para celebrar, que su amigo Denis Fortún ya estaba en el exilio.

En media hora llegamos y allí sentado en el portal estaba él: El futuro autor de los Cocozapatos, echando al aire el humo que absorbía de un inmenso Habano falso, de origen dominicano. Después de las presentaciones de rutina comenzamos el diálogo; bueno, en realidad fue un monólogo. La elocuencia y evidente avidez por hablar de Denis eran proverbiales. Recurría al choteo en su estado puro; al estar recién llegado de la isla, no había tenido tiempo para pulir su humor irreverente, que lanzaba contra todo y contra todos. Eva y yo nos reíamos de sus ocurrencias, pero a la vez nos mirábamos con cierta complicidad y casi decíamos con los ojos: ¡Está "verde"!

Con varias copas me pidió las llaves del auto y lo peor es que se las di, ¡cuán locos estábamos entonces! Se apareció al regreso con una carpeta donde guardaba cerca de 300 breves poemas. He de confesar que no era un momento bueno para apreciarlos; con el tiempo lo hice, y gracias a la publicación de su primer poemario por Ignacio Granados en Editpar. Pude ver entonces que era un exponente de ese difícil y engañoso género de la décima. Denis construye octosílabos en rebeldía con esa tradición popular y rural, la saca del monte y la coloca entre avenidas; son décimas urbanas, como el origen de su autor, pero que parecen salir de una tierra cálida que las gestara, de una vasta llanura creativa.

He de ser honesto, también, al decir que al leer por primera vez sus cuentos, me atrapó su desbordante imaginación; redescubrí lo mejor de ese Denis de nuestro primer encuentro, y es que las claves de la personalidad de un autor, lo mejor y lo peor de él, cuando se es genuino, están en su literatura. Flaubert lo resumiría diciendo: Madame Bovary, c'est moi. En los cuentos de Denis Fortún encontré una capacidad de fabulación extraordinaria, un sentido del humor agudo. En ocasiones, la apropiación se entrelaza con la creación sin que se vea la costura en el tejido. Acude al recurso de convertir en ficción a personajes reales y llevarlos a situaciones extremas provocando hilaridad, también haciéndonos pensar.

Denis tiene entre otras virtudes la perseverancia, la tenacidad, de quien ha encontrado en la literatura junto a sus hijos y a Rosana, no una parte de su vida, sino un sentido de la vida misma.

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