
En Denis Fortún debe estar encarnado no el “espíritu del choteo”, la burla, la falsificación y la desfiguración que emergen de su escritura --aunque se apodere de ese recurso expositivo, de esa literatura pedestre popular que nos margina a una sobrevivencia cultural--, sino una fuerza “desconstruccionista de ese choteo”, de ese sujeto empobrecido y vilmente engañado por “la alta cultura” y las elites de poder pueblerinas y metropolitanas, con el fin de cultivar, en forma de actitud redentora, una “poesía” ante todas las adversidades que la vida propone. Sólo son recursos del lenguaje. Es como la fuerza espiritual de un dragón, que al caminar zigzagueante esquiva la flecha de la fundamentación confuciana de la vida. Se ríe del hacedor y su impostura. Lo impugna y lo manifiesta como una arrogante apuesta ensayística. Juega con su fascinación.
Por eso en el relato “Los cocozapatos” (Editorial Silueta, Miami, 2011) se tiene que llevar un ejercicio ensayístico exquisito, más que literario. ¿Cómo burlar la quintaesencia de un poeta y la impaciencia de un cuentero? No existen delimitaciones entre ellos: o bien somos “mordidos” por la trágica realidad de la confusión y el desorden de lo dionisiaco, ¡o bien una nos liberará de todas nuestras apologías! ¡Qué bueno que al final del cuento, del pretexto, de la morbosidad ensayística del ser atenuado por sortear las barreras poéticas y narrativas, los Cocozapatos fueran arrojados al río! En ese desprendimiento y soltura, la vida florece como es: natural y simple, sin ningún “formalismo” que la atestigüe.
Texto publicado originalmente en Neo Club Press
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